El activista Thiago Ávila, tras ser deportado por Israel: “Planeo volver con la Flotilla de la Libertad para llevar ayuda a Gaza”
El brasileño viaja de vuelta a casa vía Madrid, sin disponer de su teléfono ni ninguna de sus pertenencias

Todavía ataviado con la ropa de la segunda prisión en la que fue aislado durante dos días por las autoridades israelíes -un chándal gris- e infestado de picaduras de insectos, el activista de la Flotilla de la Libertad Thiago Ávila ha sido embarcado en la tarde de este jueves en un vuelo a Madrid para seguir su regreso a casa, en Brasil, después de haber sido “secuestrado” por Israel en aguas internacionales cuando trataba de llevar, a bordo del Madleen, ayuda humanitaria a la desesperada población de Gaza.
Lo primero que ha pedido el brasileño al intercambiar unas palabras ha sido un teléfono para poder enviar un mensaje a su familia, con quien ha tratado de hacer una primera videollamada sin respuesta. “No he tenido contacto con nadie desde el día 9”, explica sentado en la ultima fila de asientos de la aeronave donde le han ubicado los agentes de inmigración israelíes. Su mochila y la bandera de Brasil que le envolvía van en bodega; su pasaporte, en manos del personal de cabina, que tiene instrucciones de dárselo a la tripulación de su siguiente vuelo a Sao Paulo. Sin embargo, Ávila recibe sus papeles y la policía que se cerciora de que tome el próximo avión.

“Hace falta más que el apoyo, la denuncia, hace falta llevar comida a Gaza porque Israel está usando el hambre como arma de guerra”, defiende su actuación. “Íbamos bien, recibimos mucho apoyo con llamamientos de un pasaje seguro para nosotros. Hasta que llegó el día en que Israel le confirmó al mundo que nos iba a atacar e interceptar”. Lo que finalmente hizo el 9 a la una de la madrugada y que representa, recuerda Ávila, una violación del derecho internacional, como ha denunciado la coalición de la Flotilla de la Libertad. “Una más entre las innumerables que sufren los palestinos”, anota.
Hubo momentos, confiesa, que llegó a creer que de verdad lograrían arribar en la costa gazatí. De hecho, confía en que en el futuro lo conseguirán, quizá la siguiente. “Planeo volver en unas semanas con una Flotilla, con más barcos”, avanza.
La detención
En la noche del octavo día, relata Ávila, les adelantaron dos botes, que desaparecieron. “Había entrenado al equipo para este momento, así que nos fuimos para adentro y dimos la voz de alarma a los países del mundo para que hicieran algo, había dos portaaviones de Estados Unidos y barcos de Francia, Alemania e Italia que nos podían haber proporcionado seguridad”. Pero eso no sucedió. “Estábamos solos en el Mediterráneo a más de 100 millas náuticas de Gaza”. Y pese a la lejanía de las aguas israelíes, empezó “el ataque”. “No sabíamos si con intención de ejecutar a las personas, como hicieron 15 años atrás, o si era para bombardear el barco como hace un mes, o una interceptación como en misiones anteriores”.
Unos drones cuadricópteros iluminaron la embarcación y comenzaron a lanzar pintura blanca, como pudieron compartir en directo en las redes sociales los activistas en los últimos minutos de conexión de los que dispusieron antes de que la armada israeli les dejase incomunicados. “Era una distracción”. En lo que salieron a ver qué sucedía cuando se retiraron los drones, los agentes ya estaban en el barco y tomaron el control. “Nos apuntaron con sus fusiles y nosotros tomamos la decisión, al tratarse de una misión humanitaria no violenta, de que no íbamos a intentar impedirlo. De hacerlo, ellos podrían matarnos a todos y usarlo como justificación”.
Después navegaron casi 24 horas en zigzag. Ávila está convencido de que las fuerzas israelíes querían llegar de noche al puerto de Ashdod, para evitar que los periodistas pudieran tener una buena imagen diurna de su llegada. “Tenían su operación mediática. Nos grabaron mientras nos daban agua y comida para decir: ‘¿ven cómo les tratamos bien?’ Pero estaban cometiendo un crimen de guerra”, sigue contando. Al decirle que el Gobierno de Benjamín Netanyahu les ha apodado el ‘yate selfie’, Ávila deja salir una risa. “Ellos hacen la maniobra publicitaria. Nosotros solo queríamos llevar alimentos a Gaza, la verdad”.
Ávila habla con tranquilidad de lo que vino después y constantemente subraya que “no es nada comparado con lo que sufren los palestinos”. Cuando llegaron al puerto, les requisaron todas sus pertenencias y les despojaron de cualquier prenda con mensajes sobre Palestina. Y empezaron las presiones para que, si querían volver a casa, firmasen un papel en el que reconocían que habían entrado ilegalmente en Israel y que aceptaban que se les prohibía volver en 100 años. La alternativa era la prisión, les amenazaban.
“Ya habíamos hablado de que quien quisiera firmarlo, lo hiciera, pero que la mayoría no íbamos a firmar. Por otra parte, teníamos la necesidad de contar lo que había pasado y organizamos con Greta (Thunberg, la activista climática sueca) que ella iba a volver para contar la historia y presionar para que saliéramos más pronto que tarde”. Y así fue. Cuatro de ellos, también el español Sergio Toribio, se convirtieron en los primeros deportados y pudieron narrar lo sucedido.
Ávila no ha podido ver, hasta subir al avión este jueves, ninguna imagen ni información de sus compañeros de la Flotilla tras su regreso. Asiente al leer los subtítulos de las palabras de Thunberg en un vídeo compartido en la cuenta de Instagram de EL PAIS. “Eso es lo importante...”
Todos en el puerto, prosigue, recibieron asistencia de diplomáticos de sus países. “Salvo el de Alemania, al que un representante de su embajada solo le insistía en que aceptase firmar el documento”. De ahí les llevaron a una primera prisión, donde les dieron uniformes. “La situación allí no era buena, aunque ni se compara con lo que los palestinos están pasando”, trata de restar dramatismo y devolver el foco a Gaza, donde han muerto más de 55.000 personas desde el inicio de la guerra el 7 de octubre de 2023, y donde toda la población (2,1 millones) está en grave riesgo por falta de alimentos y medio millón al borde de la hambruna, según la ONU.
Huelga de hambre
Ya en la cárcel de Givon, adonde trasladaron a los activistas, había muchos bichos. Y Ávila comenzó una huelga de hambre y sed. “Si dejan a los niños de Gaza con hambre, si hay cerca de 10.000 prisioneros palestinos, muchos sufriendo tortura y sin comer, yo no podía aceptar su comida”. Los guardias le amenazaron diciéndole que esa actitud era un delito grave. El brasileño ríe al recordarlo.
Ese mismo día, les llevaron a juicio y Ávila no dulcificó ninguna de sus críticas ante la jueza. “Le expliqué que el bloqueo de Israel es ilegal”. Le citó las leyes internacionales que protege la misión humanitaria de la Flotilla y le recordó que hay un proceso en la Corte Penal Internacional contra Netanyahu.
-¿Por qué Gaza? Le preguntó la jueza.
-Porque los palestinos han vivido ocho décadas de genocidio y limpieza étnica que se estructuró en un estado de colonización y apartheid, que es regido no por una religión, sino por una ideología que es el sionismo, que es racista y supremacista.
“Se enojó mucho, pero es la verdad y es importante que lo escuchen”, opina. Después de solicitarle que les devolvieran el bote y el regreso de todos los voluntarios a sus casas, le volvieron a llevar a la cárcel y le amenazaron con aislarle si insistía en su huelga. Al día siguiente, sin haber hablado con un abogado o nadie del exterior, le trasladaron a una segunda prisión “mucho peor” donde efectivamente estuvo aislado y “la violencia fue mucho peor”. Le llevaron con grilletes en pies y manos “muy apretados”, le desnudaron y le dieron el chándal gris que todavía viste en el avión.
Asegura que además de sufrir empujones, había ratas, cucarachas y muchos más insectos en el habitáculo en el que le encerraron, donde apenas disponía de una tabla cubierta con un plástico para dormir, sin luz ni ventilación. “Parecía una cárcel medieval”, describe. “Bienvenido a Israel”, le decían los guardias a empellones contra la pared.
El activista no puede evitar rascar constantemente distintas partes de su cuerpo en busca de un poco de alivio al picor que le producen las decenas de erupciones que los insectos le han causado por todas partes: el abdomen, la espalda, el cuellos, las piernas y los brazos. Solo para cuando una azafata le trae su primer bocado desde que el Madleen fue interceptado. Salmón con puré, pan y bebida. Ávila agradece la cortesía dejando limpia la bandeja.
Ávila se asoma por la ventanilla y señala -“Mira, ahí abajo, aunque no se ve, está Gaza”. Hasta que ha llegado al aeropuerto Ben Gurion no sabía adónde le llevaban. Le habían amenazado en la mañana con llevarle a una cárcel peor durante siete días si se negaba a comer o beber. En vez de eso, ha podido comprobar que todos sus compañeros de la Flotilla tenían sus billetes de vuelta. “Había dicho que no me iría si quedaba alguno allí”. Finalmente, concluye este capítulo con una siesta sobre el suelo de avión, acomodado sobre dos almohadas que le ofrece otro pasajero.
A su llegada a Madrid, Ávila es capaz de intercambiar unos mensajes con su mujer, que responde diciendo que no ha sabido nada de él desde hace días y que tener noticias le ha hecho llorar. A falta de una buena conexión que permita la llamada, se graban unos audios en los que se ponen al día de su estado y Ávila avisa de que vuela a Sao Paulo, no a Brasilia, donde vive. En media hora, su mujer ya está subida con su bebé en un vuelo a Sao Paulo para encontrarse con su marido.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
